Cuando el dolor
y el luto cubrieron a miles de hogares en Estados Unidos con el horrendo
zarpazo en el 2001, ya el mundo había
vivido, también, otros 11 de septiembre
cargados de vandalismo, dice la colega Hilda PupoSalazar.

El barcosoviético Iván Shepotkov, anclado en un puerto del Norte, le explotó una bomba puesta por el grupo
Omega 7, el 11 de septiembre de
1976, y esos mismo sicarios escogieron
tal fecha un quinquenio después para
sabotear el consulado de Méjico en Miami.
Cuba tenía, en ese tiempo, sembrado su calendario de
enero a diciembre con la más increíble variedad de atentados y fechorías,
causantes de tantas o más víctimas que las acumuladas en el derrumbe de las
Torres Gemelas, pero tal parecía que en el 2001 se inauguraba el terrorismo en
el mundo.
Poco después
del crimen, el Congreso estadounidense, con votación de 420 contra uno, le
dieron Carta Blanca a Bush para que “usara toda la fuerza necesaria y
aprobada”, y dedicaron 40 mil millones de
pesos para financiar las acciones militares en la supuesta guerra contra ese
flagelo.
El mundo conoció,
entonces, el terrorismo multiplicado. Se desató una histeria belicista aún no
terminada. Afganistán fue el primer país escogido para el escarmiento y después que lo arrasaron y acabaron con su
pueblo, le tocó el turno a Irak.
Ante tanto
genocidio, la humanidad clamaba que con la teoría de ojo por ojo y diente por diente, todos íbamos
a quedar tuertos y desdentados, y la
verdad no es diferente. El Medio Oriente desestabilizado es un polvorín donde
caen a diario decenas de seres de uno y otro bando, mientras que el antiguo
prestigio de la ONU no ha podido recuperarse.
A estas alturas,
cuando se conmemora otro aniversario del ataque a la mayor potencia del
Universo y el comienzo de la cacería a
Bin Laden y Sadam Hussein, hay más terror que antes.
Aparecieron dos
tipos de terrorismo: el bueno fabricado en Estados Unidos y el malo en otras
partes. Gracias a ese concepto los cañones apuntan selectivamente.
Connotados
asesinos internacionales, con hojas de servicios abarrotas de sangre y
dinero, como son Posada Carriles y
camarilla, son para sus padrinos del
Norte “inocentes ancianitos víctimas de la conjura del gobierno cubano” y desde
el 12 de septiembre del 98, mantienen en cárceles de su país
a compatriotas cubanos por el delito de infiltrarse en sus
bandas, para prevenir a la Patria de sus
acciones.
Después del 11 de
septiembre del 2001 es como si cien Torres Gemelas se hubieran desboronado
sobre el Planeta. La violencia está disfrazada de Libertad Duradera y como
constante peligro la amenaza de golpes preventivos se cierne sobre nuestras
cabezas.
Se inventan
demasiados pretextos para justificar aparentes causas nobles y la guerra
antiterrorista made in USA es una falacia. Estamos convencidos
que si queremos “abrir las grandes Alamedas por la vida” no podemos hacerles el juego al pensamiento
neofascista que trata de imponerse.
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