Columnas

Tuesday, February 22, 2022

 Mongo Castro: el cañero mayor

 A seis años de su partida física

Rodobaldo Martínez Pérez

rodobaldo@ahora.cip.cu

 Hoy, cuando Raúl insta a salvar el sector cañero-azucarero de Cuba, debemos ir a Ramón Eusebio Castro Ruz, el cañero mayor, un sabio del sector, quien estudia ingeniería Agrícola en la Universidad de La Habana y, al concluir, vuelve a su Birán natal.

Salvar es la palabra que utiliza el General de Ejército Raúl Castro Ruz y Díaz-Canel  explica que hay una estrategia integral para la total transformación; con diferentes conceptos, desde un imprescindible cambio de mentalidad, capacitación  exhaustiva para directivos  del sector y, como condición primera, resolver, definitivamente,  la siembra de caña en cantidad y calidad.

 Cuando este 23 de febrero conmemoramos los seis años de su partida física, a la edad de 91 años, reviso diferentes conversaciones y recorridos con  Mongo, como cariñosamente se le decía, todo un erudito en caña, ganadería y producción de alimentos, desde su  total dedicación práctica.

Pero las más apasionantes historias pertenecen a la caña, que  repletan el corazón de  este honesto y sencillo hombre, hermano mayor de Fidel y Raúl:

  “Yo lo que más he hecho en mi vida es trabajar y es muy duro”. Me dijo muchas veces y luego de pensar profundamente, afirma: “no solo entre cañas, sino en la ganadería y la alimentación, aprendizajes de toda mi vida”.

 Aquí algunas de sus sapiencias, las cuales pueden ser muy útiles para ayudar a  salvar el sector cañero-azucarero de Cuba:

“La caña es como un niño chiquito, hay que quererla y atenderla, de lo contrario se pierde, porque  no pegan chapucería con los buenos rendimientos. Sembrarla en sequía es botar el dinero.  Es malo el invento de regar agua con pipas, en  carretas, porque compactan demasiado el terreno.

 “La caña se pierde en  maniguas y  marabús por  echarle la paja arriba y confiarse en los herbicidas, sin cultivar con azada o arado. La paja es aliada del campo, pero si hay cultivo.

“En esos duros años de los 90, permitieron el planteo,  eliminaron los inspectores de campo, consintieron errores garrafales y trabajos mal hechos.

 “Hay que resembrar bien, con el uso de la piochita, que se hace de una hoja de muelle de acero. Es mejor rehabilitar un campo, que no tiene muerte, antes de demolerlo. En la finca, de mis Padres, teníamos campos con más de 40 años.

“Al central no pueden llegar materias extrañas y son 150 los días de zafra. Hay que medir la producción de azúcar por hectárea, no por arrobas de cañas. Los estimados se caen porque no hay composición de cepas por edades, ni por variedades.

 “Cuando se siembra a chorro, hay que cruzarlas (punta con cola), para aumentar la probabilidad de que las yemas más fértiles de la semilla prendieran en la tierra”.

Sus ojos brillaban más cuando dice lentamente: “Será una fiesta en Cuba cuando podamos moler retoños de 13 meses.”

Siempre combate la chapucería y recuerda que después de la mala zafra de 1963, lo nombraron Jefe de Producción de caña en el Oriente cubano y, en ese entonces plantearon demoler 10 mil caballerías para lograr 4 millones de toneladas y “me opuse rotundamente y luego, lamentablemente, el tiempo me dio la razón”.

Rememora: “Comienza a mejorar la caña  desde 1964 y ya en 1967 se  rompe el récord en producción de azúcar en el Oriente, que databa de 1952”.

 Trabaja hasta 1968 en la caña y  revela: “ya en ese año, por el maltrato a las áreas, la siembra mal hecha, por la intensa sequía, tenía la convicción de que no podiamos alcanzar los 10 millones de toneladas de azúcar en 1970 y eso no coincidían con mis principios. Pedí  irme para La Habana.

 “Sufrí mucho cuando, en mayo de 1970, Fidel hace público, con el valor y la dignidad de siempre, que no llegaríamos a los 10 millones.

“Pero después volví a la caña en 1994, cuando las reuniones partidistas, que comienza a hablarse de la recuperación cañera, Raúl me solicita que lo acompañara,  aunque, en la de Oriente, que se realiza en Holguín, no me dio la palabra, en las demás sí.

 Era un emprendedor nato, su intuición no fallaba, ameno, inteligente, respetuoso, humilde y sencillo como todo cubano de pueblo, sin tolerar lo mal hecho. Era el primero en todo.

Cuando recorría la provincia me pedía un fotógrafo, para dejar las constancias gráficas. Prefería a Rafael Nogales Fombellida, porque manejaba excelentemente el lente y, además, experto en ponerles las vendas  en sus várices. Aún con sus piernas enfermas y, con 72 años, no se detenía ni un momento. Siempre fue incansable.

 

 

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