Columnas

Thursday, February 13, 2014

José Martí: la única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor




Hilda Pupo Salazar, hildaps@enet.cu en su acostumbrada columna, Trinchera de Ideas, en el semanario ¡ahora! defiende el amor de José Martí Pérez, el apóstol cubano:




Grande fue José Martí en su corta existencia, porque el amor en todo lo que hizo fue el eje central de su vasto ideario. Con ese sentimiento potenció sus relaciones con sus padres, hermanas, con su hijo, sus amigos y  su patria, ya él lo dijo “Así se crea: amando”.
El Maestro no concibió lo  planificado y realizado sin la presencia del querer, porque seguro estuvo que “la única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor. El patriotismo no es más que amor, la amistad no es más que amor.”
Fueron esas dosis las que lo alentaron a emprender lo grande, como calificaba su dedicación a la libertad de Cuba. Ellas le permitieron dejar atrás a los suyos y entregarse en cuerpo y alma a la independencia de su país.
Amor en sus ideales le permitieron soportar la terrible ausencia de sus seres queridos en el frio  de Nueva York, las necesidades económicas por las que pasó penurias, las faltas de salud, su estancia en una nación lejana,   las incomprensiones de sus allegados, los ataques enemigos, las divergencias con los compañeros de lucha, en fin, la inmensa lista de vicisitudes que acompañaron la determinación de organizar una Revolución liberadora para la Isla.

Martí creció como ser humano, porque supo mantener los afectos hacia todo lo emprendido. Esa voluntad de erguirse ante los fracasos y esa perseverancia para continuar, aunque los resultados aconsejaran lo contrario,  las  pudo conseguir por la pasión puesta en sus quehaceres.

 Si se separa tal cualidad de la obra martiana, nunca podrá entenderse por qué siendo adolescente soportó los rigores del presidio y del exilio forzado. Diría “El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”.

Muchos cuestionan hasta donde llegaba la capacidad del Maestro, que le permitió sustituir las comodidades del hogar, esa añorada almohada donde poder recostar la cabeza y los mimos de su querida Leonor para aliviar sus constantes achaques,  por la soledad allá en el Norte y el constante activismo, lleno de sacrificios, en la preparación de la Guerra Necesaria.

Más de 10 años dedicó a organizar la Revolución. Primero unió las fuerzas en titánica misión, fundó el Partido Revolucionario y  el periódico Patria, como imprescindible estructuras de apoyo ideológico, viajó a diferentes naciones con el propósito de sumar  hombres a la lucha y recaudar fondos, centavo a centavo, para financiar los recursos bélicos necesarios.

No tuvo descanso en ese tiempo, lo mismo se le veía en la tribuna en un discurso destinado  a convencer, que escribiendo artículos en los que puntualizaba la importancia de volver a la manigua.

Ya en enero de 1895 todo está listo, con los pertrechos de la contienda y tres barcos hacia Cuba, pero una delación frustra el Plan, lo conocido en la historia como el Fracaso de  Fernandina. Todo se perdió de un golpe.

Solo  por tener como respaldo el amor a lo que hacía, le permitió a Martí sacudirse de ese nefasto imprevisto y comenzar de nuevo. “Yo no miro lo desecho, si no lo que hay que hacer”, dijo a Gómez.

Poco más de un mes, el 24 de febrero, comenzó la Revolución en  Cuba, preparada por quien siempre expresó que la Patria era para él agonía y deber.

 



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