Grande fue José Martí en su corta existencia, porque
el amor en todo lo que hizo fue el eje central de su vasto ideario. Con ese
sentimiento potenció sus relaciones con sus padres, hermanas, con su hijo, sus
amigos y su patria, ya él lo dijo “Así
se crea: amando”.
El Maestro no concibió lo planificado y realizado sin la presencia del
querer, porque seguro estuvo que “la única fuerza y la única verdad que hay en
esta vida es el amor. El patriotismo no es más que amor, la amistad no es más
que amor.”
Fueron esas dosis las que lo alentaron a emprender
lo grande, como calificaba su dedicación a la libertad de Cuba. Ellas le
permitieron dejar atrás a los suyos y entregarse en cuerpo y alma a la
independencia de su país.
Amor en sus ideales le permitieron soportar la
terrible ausencia de sus seres queridos en el frio de Nueva York, las necesidades económicas por
las que pasó penurias, las faltas de salud, su estancia en una nación
lejana, las incomprensiones de sus
allegados, los ataques enemigos, las divergencias con los compañeros de lucha,
en fin, la inmensa lista de vicisitudes que acompañaron la determinación de organizar
una Revolución liberadora para la Isla.
Martí
creció como ser humano, porque supo mantener los afectos hacia todo lo
emprendido. Esa voluntad de erguirse ante los fracasos y esa perseverancia para
continuar, aunque los resultados aconsejaran lo contrario, las
pudo conseguir por la pasión puesta en sus quehaceres.
Si se separa tal cualidad de la obra martiana,
nunca podrá entenderse por qué siendo adolescente soportó los rigores del
presidio y del exilio forzado. Diría “El amor, madre, a la patria no es el amor
ridículo a la tierra, ni a la yerba
que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el
rencor eterno a quien la ataca”.
Muchos
cuestionan hasta donde llegaba la capacidad del Maestro, que le permitió sustituir
las comodidades del hogar, esa añorada almohada donde poder recostar la cabeza
y los mimos de su querida Leonor para aliviar sus constantes achaques, por la soledad allá en el Norte y el
constante activismo, lleno de sacrificios, en la preparación de la Guerra
Necesaria.
Más
de 10 años dedicó a organizar la Revolución. Primero unió las fuerzas en
titánica misión, fundó el Partido Revolucionario y el periódico Patria, como imprescindible
estructuras de apoyo ideológico, viajó a diferentes naciones con el propósito
de sumar hombres a la lucha y recaudar
fondos, centavo a centavo, para financiar los recursos bélicos necesarios.
No
tuvo descanso en ese tiempo, lo mismo se le veía en la tribuna en un discurso
destinado a convencer, que escribiendo
artículos en los que puntualizaba la importancia de volver a la manigua.
Ya
en enero de 1895 todo está listo, con los pertrechos de la contienda y tres
barcos hacia Cuba, pero una delación frustra el Plan, lo conocido en la
historia como el Fracaso de Fernandina.
Todo se perdió de un golpe.
Solo por tener como respaldo el amor a lo que
hacía, le permitió a Martí sacudirse de ese nefasto imprevisto y comenzar de
nuevo. “Yo no miro lo desecho, si no lo que hay que hacer”, dijo a Gómez.
Poco
más de un mes, el 24 de febrero, comenzó la Revolución en Cuba, preparada por quien siempre expresó que
la Patria era para él agonía y deber.
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