Por Rodobaldo Martínez Pérez
Hermana, con tu
repentina muerte no te imagino inerme y mucho menos en espacios limitados. Quiero pensarte como siempre fuiste: vital,
enérgica, valiente y sin fronteras para crear.
Recuerdo aquel 1992 cuando nos conocimos. Formabas parte del
pelotón de directores que vino a Holguín a celebrar los 30 años de ¡ahora!. Muchachita locuaz, vivaracha
y jaranera, quien se ganó un espacio por su fidelidad y fabricó los lazos de amor y
sinceridad que unió su familia a la mía para siempre.
Cuantos hechos compartidos
juntos me vienen ahora a la memoria: La organización
entre nosotros mismos de los encuentros de directores, que nos
permitió recorrer el país, siempre inspirados en aprovechar las experiencias de enfrentar las
duras adversidades del periodo especial amenazante con exterminar la prensa plana.
Los cursos de fin de
año o principio en la escuela del Partido Ñico López, los congresos de la UPEC 7 y 8, encuentros con Fidel, Festivales Nacionales de la Prensa, aquellos eventos donde Invasor,
su periódico, Escambray y ¡ahora! se disputaban los primeros lugares.
Persona amada en su colectivo laboral, donde estuvo casi 25
años como su directora. Visité su casa, conocí a su familia, su mamá, su papá, su esposo Jose, su hijo Kader, su nieto, llamado
por ella “el último retoño” y en esa reciprocidad estuvo en mi casa, departió
con los míos entre copas de vino, pasó
varias vacaciones aquí y nos prometió una próxima visita.
Nos quiso y quiso a Holguín, la tierra y el lugar que la esperará, porque Migdalia Utrera Peña no es
de las que se van, sino de las que siempre regresan.
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