Columnas

Thursday, July 04, 2013

Llegó el Comandante y mandó a parar



                                       






 Port: Rodobaldo Martínez Pérez

Basta con las estadísticas actuales, la obra de la Cuba revolucionaria es un hecho que se defiende solo.
Ello compite con ventajas ante aquellos empeñados a demostrar por la fuerza el “paraíso” de vida antes de la Revolución, basado en hechos no definitorios en el desarrollo económico y social de un país.
No tenía ningún significado para el avance de la población, solo histórico, haber sido la primera nación de Ibero-América en tener el primer cementerio aislado de la iglesia, poseer el primer sistema de alumbrado público o que fuera cubana la esposa del hijo del príncipe de Asturias.
 
Si en 1955 “éramos el segundo en Iberoamérica con menor mortalidad infantil (33.4) y en el 56,  con 23,6 por ciento,  la de más bajo índice de analfabetismo”, según estadísticas nudosas, que no se corresponden con la realidad del amanecer del primero de enero de 1959,  solo cabe una pregunta: ¿cómo estarían los demás?
“En 1881, fue un médico cubano, Carlos J. Finlay el descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla”, dicen como uno de los logros, pero es bueno agregar que el invento lo trataron de robar los norteamericanos.
Tales sucesos entran más en una  lista de curiosidades, pero pueden  confundir a ingenuos y magnificar una realidad, cuya connotación está muy lejos de la palabra progreso,  y que da pie a valoraciones de los enemigos, cuando anuncian a bombo y platillo: “La Cuba que propicia el triunfo de la revolución de Fidel Castro en 1959 era un paí­s moderno y próspero”.
Esa modernidad y prosperidad está ilustrada en el alegato de defensa de



Fidel en el juicio por el ataque al  Cuartel Moncada, cuando expone lo programado si hubieran triunfado: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.

Quizás luzca fría y teórica esta exposición, si no se conoce la espantosa tragedia que está viviendo el país en estos seis órdenes, sumada a la más humillante opresión política”
También, ilustra la panorámica existente los resultados de un censo realizado por una asociación católica en el año 1957,  lo cual mencionaba que el  60 por ciento de los obreros agrícolas vivían  en bohíos de techo de guano y de piso de tierra, sin servicio ni letrina sanitaria, ni agua corriente, el  85 por ciento carecía de servicio de agua corriente y el 44 no pudo asistir,  jamás, a una escuela.
El alimento fundamental de esas familias era a base de arroz, frijoles y viandas. Solamente un 4 por ciento comía carne; un 2 por ciento consumía huevos; y un 11 por ciento tomaba leche. Su alimentación tenía un déficit de más de  mil calorías diarias, con ausencia de vitaminas y minerales fundamentales.
A la desnutrición, la ignorancia y la insalubridad habría que añadir la enfermedad y el parasitismo. La encuesta mencionada probó que el 14 por ciento de los obreros agrícolas de este país padeció de tuberculosis y el 13 por ciento tifoidea.
Contrasta con esa situación, el curso escolar 2012-2013, el cual arrancó  con una matrícula estimada de dos millones de estudiantes, y entre los centros educativos abrieron sus puertas 60 universidades.
El país que cierra 2012 con 11 millones 163 mil 934 habitantes -según datos preliminares del reciente Censo de Población y Viviendas- presenta una tasa de mortalidad infantil por debajo de cinco por cada mil nacidos vivos, la más baja de las Américas, y una esperanza de vida próxima a los 80 años. Tenemos  un médico cada 143 habitantes, un estomatólogo por cada 878 y una enfermera por cada 117, personal formado por nuestro sistema de salud.
En este crecimiento se mantendrá un nivel similar para los servicios sociales,  que por su calidad y carácter universal y gratuito han distinguido a la Revolución Cubana, mientras el resto de la economía debe aumentar un 5,4 por ciento, con metas significativas en la agricultura (4,5) y la industria manufacturera (4,7).
“Las metas previstas en la Declaración del Milenio han sido cumplidas prácticamente en su totalidad, y en algunos casos superadas con creces", afirmó el canciller Bruno Rodríguez en la ONU.
Cualquier intento de desmeritar esta obra,  que reconocemos no es perfecta,  chocaría con la realidad de poseer un gobierno, cuya máxima preocupación es prosperar para mejorar al pueblo y la devolución de una de las cuestiones esenciales para el ser humano: la dignidad.
 

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