Columnas

Friday, December 02, 2016

Martí y la medicina





Hoy es el Día de la Medicina Latinoamericana para honrar, al gran médico cubano, Carlos Juan Finlay, que nació el 3 de diciembre de 1833, en Camagüey, a quien le cabe el gran mérito de descubrir el mosquito Aedes Aegypti, como agente de transmisión de la fiebre amarilla y de crear el método experimental de producir formas atenuadas de esa enfermedad en los seres humanos.
En momentos en que el país desarrolla una fuerte campaña para eliminar ese peligroso vector, causa de muchas dolencias como el dengue, el zika o la chikungunya vale utilizar las ideas martianas al respecto, por su renovada vigencia.
Según el Maestro la verdadera medicina no es la que cura, sino la que precave y al respecto consideró a  la higiene como la verdadera medicina,  le dio un especial significado a todo lo referido a lo preventivo, como una vía eficaz para evitar las enfermedades y para garantizar la estabilidad de la salud en los seres humanos.

Defendió la significación de lograr una educación sanitaria en las personas y, expuso, la conveniencia de dar en los centros educacionales consejos y clases prácticas,  con vistas a propiciar  un conocimiento cabal del funcionamiento del cuerpo humano y  cuestiones prácticas que permitiesen la garantía de la prevención de enfermedades.
Martí representa uno de los pioneros en el continente americano en relacionar la miseria y la pobreza con la salud y la enfermedad. En este sentido, en mayo de 1882, en el diario "La América", afirmó: "No es bueno que el ayuntamiento desdiga a los que le recuerdan su deber. Es que en los barrios pobres, en que la muerte vestida de miseria está siempre sentada en los umbrales de las casas, la muerte toma ahora una forma nueva; se exhalan miasmas mortíferas de la capa que cubre cenagosas extensiones de agua.
Dijo: “No es que la prensa se querella por hábito o manía; es que mueren más los pobres por el descuido incomprensible del Ayuntamiento. No es esta la cuestión fácil que pueda desentender el municipio: es cuestión de vida, gravísima, inmediata, urgente".
Tres premisas regían la atención médica en Cuba en aquella época: precaria asistencia hospitalaria, predominio de la medicina privada y pobreza generalizada. Esto hacía suponer que los principales indicadores de salud se vieran seriamente afectados: esperanza de vida al nacer (entre 35 y 58 años), mortalidad infantil (unas 60 defunciones por cada mil nacidos vivos), partos extrahospitalarios en su mayoría (ocasionaba elevado número de muertes perinatales), el acceso a las instituciones públicas de salud lo determinaba la recomendación de un político.
Tuvo en tan alto concepto la medicina, que no es casualidad apreciar entre sus amistades a muchos galenos, lista encabezada por Fermín Valdez Domínguez.
La historia registra los casos de los doctores Carlos Sauvalle, su fiel compañero y amigo quien lo atendió durante su enfermedad en Madrid, al igual que Hilario Candela, quien lo intervino quirúrgicamente en la misma ciudad; José Álvarez Chacón, su médico en New York; Eligio Palma Fuster; Diego Tamayo, colaborador con él en la emigración; Enrique Barnet y Eusebio Hernández, con los cuales compartió actividades revolucionarias; Juan Antiga Escobar, vehículo eficaz utilizado por el Apóstol para el contacto con Cuba; Eduardo Agramonte Piña, calificado por él como héroe de la guerra; Ulpiano Dellundé Prado, su delegado en Haití y en Santo Domingo; Ramón Luis Miranda, el médico que lo asistió durante los últimos años de su vida y Juan Santos Fernández,  primer cubano que ejerció la Oftalmología y la consolidó como una especialidad independiente en la Isla.  

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