Columnas

Friday, November 18, 2016

“Prohibido, prohibir”.





 

Dice una frase: Prohibir algo es aumentar los deseos o acrecentar las tentaciones, por tanto, multiplicamos los actos del hijo, esta vez clandestinamente, si le imponemos un no, sin más explicaciones.
“No vayas a bañarte al río”,  por qué preguntará el muchacho, “porque yo digo que no”. Entonces le sucederán las escapadas, las mentiras para justificarse y la falta de confianza en los progenitores.
Si el joven quiere salir de noche y se lo impedimos, debe hablarse con él, exponer sólidos argumentos, porque la falta de convencimiento lo hará pensar que es un mero capricho nuestro. Reglas arbitrarias y sin sostén  nos llevan a perder la potestad y nace el autoritarismo.
Para fomentar en ellos buenos sentimientos no es sobre la base de prohibiciones que lo vamos a lograr, ni aplicar obligatoriedad en sus acciones, lo único posible a conseguir es el incumplimiento de lo no entendido.
La pregunta es si debemos, siempre, argumentar una negativa, depende de la edad del niño es la respuesta. Está desaconsejado explicar una prohibición a un niño pequeño, pues no debe sentir que sus padres están indecisos. La fórmula: “Es así y no de otro modo” les da seguridad porque tienen necesidad de una respuesta categórica.
Pero, a partir de los 12 años es otra cosa. El adolescente dispone de una inteligencia conceptual, es capaz de razonar y puede relativizar lo que le dicen sus padres. Es por tanto, importante recurrir a su razón cuando se le plantea una prohibición.
 En el niño pequeño apelamos a la obediencia nada más. 
Pero, no solo en   la crianza de los menores es aplicable el asunto, el tema es mucho más amplio, abarca el ámbito laboral, el grupal, social, el de las leyes y todos aquellos en que no nos está permitido hacer. Una simple negativa no impide obrar de una manera o de otra.
Hay personas que no cometen una infracción de tránsito porque le pondrán una multa, otros no, la diferencia está en el grado de entendimiento de la Ley.
Debe pensarse bien a la hora de dictar prohibiciones, porque unas clasifican en lógicas, comprensibles, sensatas o razonables y otras en irreflexivas, que no merecen análisis o el más mínimo examen.
La primera pregunta ante una proscripción es por qué y si no sabemos explicarla bien, nacen las faltas y la desobediencia. Dice la frase: “Prohibido, prohibir”.
Así son las  Página 8 de la colega Hilsa Pupo Salazar, en el sabatino Semanario ¡ahora!, que este sábado cumple 54 años, felicidades





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