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#Martí |
Cuando García Marques escribió “El General en su
Laberinto” llamó la atención de muchos su acierto de haber sabido desmontar a
Bolívar de su caballo con significativa maestría, al reflejar la vida del
prócer desde la cotidianidad, y así abogamos que sea a la hora de hablar de Martí,
defiende la colega Hilda Pupo Salazar,
quien desde el principio de la década del 90 del siglo pasado mantiene la
columna Trinchera de Ideas, en el semanario ¡ahora!
La tendencia de referirse al Apóstol como si estuviera, siempre,
encima de un pedestal, lo aleja de
quienes tratan de aprender de su trayectoria,
porque como hombre al fin fue ejemplar e imitable, pero no perfecto.
La historia jamás
es en blanco y negro, tiene sus matices y para enseñarla hay que conocerla y a
la vez saber motivar. No es chismografía barata, ni disminuir sus verdaderos
méritos, sino dominar las anécdotas e introducirlas en la narración de los
acontecimientos, para hacer más atractiva e interesante la clase.
Como dijo Portuondo, no se trata de humanizarlo
tanto que lo veamos como “un muchacho de
barrio”, sino hacerlo persona con sus virtudes y defectos.
Lo que más sobresale en los años del Maestro fue su
entrega a Cuba sin límites, sus dotes de líder revolucionario, su sapiensa e
inteligencia, pero aún así contarlo
todo, como si no hubiera problemas, no
es ni tan siquiera acercarnos a la realidad, además, describir las adversidades
por las que pasó añade el valor del
sacrificio para cumplir su gigantesca obra.
Es cierta la entrega de Martí a la Patria desde sus
años de adolescencia y juventud, pero ahí
caben sus desencuentros con el
padre, las incomprensiones de Leonor y su esposa o el agravio de sus amigos.
Poco se
comprendería por qué Martí escribe aquella dolida carta a Máximo Gómez en 1884
y abandona el plan revolucionario del Generalísimo y el Titán de Bronce si no se conocen los intríngulis del
encuentro.
Así le expresa: “Salí en la mañana del sábado de la casa de
Vd. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para
que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera
resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas
que no quisiera ver yo jamás atacadas,—sino obra de meditación madura:—¡qué
pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a quien creo sincero y
bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente
grande!
Y sigue diciendo “Pero hay algo que está por encima
de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de
oportunidad aparente; y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por
amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un
régimen de despotismo personal…”.
Se entendería mejor la respuesta que dio a la carta
de Enrique Collazo en 1892 de estrecharse las manos dónde este quisiera aún sin esperar a la
manigua, si se conociera las palabras ofensivas que este le dirigiera en esos
años, a raíz de un escrito martiano sobe el libro A pie y descalzo de Ramón Roa y el
cual Collazo juzga superficialmente a Martí y le recrimina
con duros adjetivos, no haber hecho nada por su país. “Si de nuevo llegase la hora del sacrificio, tal vez
podríamos estrechar la mano a usted en la manigua de Cuba, seguramente porque
entonces continuará usted dando lecciones de patriotismo en la emigración, a la
sombra de la bandera americana”.
En aquella
vergonzosa disputa hubo que designar a dos emigrados cubanos, para viajar a la
Habana y zanjar el desliz. Después
Enrique Collazo fue uno de los más fieles amigos del Hombre que cayó de cara el
sol, en dos Ríos y contribuyó sin reservas a su programa revolucionario.
Entre los porqués debiera incluirse la determinación
de Martí al incorporarse a la lucha independentista de la Isla estando en
República Dominicana, pese al deseo de que se quedara en Nueva York; su pretensión de viajar a Camagüey, donde se firmó la
Constitución de Jimaguayú y cuáles fueron las verdaderas razones de su muerte aquel 19 de mayo.
Un profesor no debe olvidar que se puede y debe enseñar a Martí no sólo
hablando de directamente de su hermosa historia al servicio de la Patria, sino hacerlo
con emotividad y un uso inteligente y profesional de las anécdotas.
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