Rodobaldo Martínez Pérez
“¿Creen ustedes que este
proceso revolucionario y socialista pueda derrumbarse?”. La pregunta la hizo el Líder Histórico de la Revolución Cubana
en el 2005 y toca la esencia de una
realidad inédita en nuestro país.
No deja de provocarnos nuevas
reflexiones, a la altura de las circunstancias actuales, poner en
interrogante la irreversibilidad de una
causa con una resistencia constante a toda prueba, contra diversas manifestaciones
de terrorismo e injerencia para derrocarla durante más de 50 años.
Esos signos de interrogación
nunca brotaron, ni cuando todavía vivíamos la efervescencia del triunfo o
cuando los mercenarios irrumpieron por Playa Girón, para destruirnos en las mismas luces del nacimiento.
Tampoco en los días difíciles
de la crisis de octubre, al borde de un ataque nuclear, ni cuando toda la guerra de sabotajes desatada
contra la economía nacional abortar la reciente infraestructura realmente
nacional.
Esa interrogante no nos las
hicimos en aquellos difíciles momentos del Período Especial, o del
derrumbe de la URSS y el resto del campo
socialista al dejarnos sin materias primas, maquinarias, millones de toneladas de combustible, con toda
la trascendencia que implicó para un país pobre, bloqueado y sin recursos al
vaivén de su propia suerte.
Hemos salido airosos de no
pocos escollos para aislarnos en el plano internacional, asfixiarnos por hambre
y enfermedades, ante colosales batallas contra las calumnias, intentos de
condenas internacionales, búsquedas de pretextos para atacarnos militarmente o
tentativas de provocar subversiones internas.
Más de una vez recocimos la
capacidad del pueblo cubano ante tamaños desafíos por no dejarnos arrebatar la
obra construida, y aseguramos el
carácter invencible de la
Revolución, ante esos cada vez más osados propósitos, por borrar el ejemplo sin precedente de la
Revolución Cubana.
Con la premisa de un pueblo
enérgico y viril estamos aquí para los nuevos escenarios, porque ningún intento por destruirnos logrará
el éxito, como demostró el dinosaurio bloqueo económico, comercial y
financiero, condenado por el mundo entero.
Entonces asegurar que no hay
fuerza externa que logre acabarnos, pero la Revolución si puede autodestruirse
y nosotros seríamos los principales responsables, es como aceptar perder la gran
batalla en una escaramuza.
No entenderíamos la ofensiva
actual contra las ilegalidades, la corrupción, el enriquecimiento ilícito, por
el control y la exigencia desligada de
la interrogante de Fidel: “¿Es que las revoluciones están llamadas a
derrumbarse o es que los hombres pueden hacer que se derrumben?”.
El rediseño de la política
económica del país, en la búsqueda de
cimientos sólidos, debe extirpar, en primer orden, los errores, porque a partir de los años 90 floreció,
en muchas mentalidades, la corrosiva tendencia de disfrazar el delito de robar
los recursos del Estado, como
alternativas para paliar las escaseces.
En esa compleja época sustituimos
la óptica del mejoramiento colectivo por la permisibilidad de las soluciones individuales
a las necesidades. Sin quererlo propiciamos el nacimiento de una clase de
“nuevos ricos”, que alimentados por el descontrol, y las propias
insuficiencias, empezaron a abultar sus bolsillos.
La idea, ya planteada, de que
si permitimos resurgir en Cuba una
burguesía será tan corrupta como la de antes de 1959 y por supuesto apoyada ahora por una potente fuerza externa, que la hará una quinta
columna inconmovible, no es un ejemplo hipotético.
No nos llamemos a engaños, hablamos de un
peligro potencial, cuya más eficaz contrapartida en la suma de todos y la máxima
claridad de cuanta acción se haga.
Referir la idea urgida de
convertirnos en jueces y fiscales de
todo el pueblo, es una forma metafórica
de subrayar la necesidad de potenciar las fuerzas colectivas para el
control de nuestros recursos, mucho más inteligente como tarea profiláctica,
con el constante diálogo de nuestras realidades.
¿El enfrentamiento es al
ciudadano honrado, que vive con el dinero de sus esfuerzos y asienta las
mejoras de sus condiciones de vida en
sus posibilidades reales? ¿Es a quienes aportan sin acudir a maniobras fraudulentas en beneficio
personal? No hablamos de quienes incrementan sus arcas por las posibilidades
brindadas por la actualización del Modelo Económico Cubano de manera lícita
para afianzar un socialismo prospero y sustentable.
¡No!, debe entenderse que es
contra aquellos “vivos” acopiadores de billetes sin ningún aporte, ostentosos
de niveles de vida injustificados y con elevados
patrones consumistas.
Tenemos la noble voluntad de acercar
las remuneraciones a la altura de los empeños, que cada cual perciba de acuerdo
con sus contribuciones, en franca aproximación a la fórmula socialista “de cada
cual su capacidad a cada cual su
trabajo”.
Por eso llegó la hora,
nuevamente, de cerrar filas con astucia e inteligencia. El llamado es, en
primer término, a entender los diferentes por qué en ascenso en la sociedad
actual, y en mayor o menor dimensiones según las generaciones, con inquietudes
e incomprensiones.
Hay que detener en seco la
existencia de lastres destructivos de la economía nacional, que influyen
negativamente en nuestra fortaleza ideológica.
Debemos fomentar el diálogo,
como mejor vía de poder explicar los complejos procesos actuales, ¿por qué
aplicamos determinadas políticas o estrategias inentendibles para algunos?
Todo tiene su respuesta, pero
se impone reflexionarla, para entender una actuación, que si bien está acoplada
a las circunstancias, lleva como algo imprescindible la no renuncia de la
soberanía nacional y a ninguno de nuestros principios.
El discurso político debe
tener suficientes argumentos, demostraciones y ejemplos concretos que permita
el debate público, con la certeza que la voluntad es lograr una práctica socialista, fuente de felicidad, de vida digna, de
realización personal y tranquilidad económica, de articulación entre el
proyecto personal y las metas generales de la sociedad.
No todos los cubanos
comprenden, procesan y poseen la misma percepción ante los cambios, por eso la
importancia de decir y saber manifestarlo, sin dar una charla, sino saber
charlar.
Para nadie debe ser secreto
que tocamos temas sensibles, requeridos de mucho tacto e inteligencia, porque
el menor equívoco dañaría las conquistas revolucionarias alcanzadas en estas
décadas.
Uno de las vías que puede
ayudar mucho en este empeño son las agendas mediáticas, pero no con trabajos
timoratos o simplones, que no vayan a las causas ni ofrezcan soluciones y apartados
de la intencionalidad.
Lo contado debe incluir
logros y defectos, verdades y contradicciones. Es una manera de hacernos creíbles
y acentuar nuestro papel persuasivo, porque acudir al triunfalismo puede
apártanos de la realidad y aparentar una
sociedad perfecta que no tenemos.
El concepto martiano de la
prensa da en el clic: “…Catedrática para explicar, filósofa para mejorar,
pilluelo para penetrar, guerrero para combatir. Debe ser útil, sana, elegante,
oportuna, valiente en cada artículo. Debe verse la mano enguantada que lo
escribe y los labios sin manchas que lo dictan…”.
Y como premisa, otra gran
idea del Maestro: “la honradez es el vigor en la defensa de lo que se cree, la
serenidad ante las exigencias de los equivocados, ante el clamoreo de los
soberbios, ante las tormentas que levanten los que entienden mejor su propio
provecho que el provecho patrio”.
Entonces, hagamos nuestra las
palabras del Apóstol, convirtámosla en respuesta a esa gran interrogante que es
la realidad actual.
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