Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
Tanto en el hogar como en la escuela debe enseñarse un
simple axioma, base de toda virtud, que es lo bueno o lo malo en la vida.
Seguro, al menos teóricamente, mencionamos como positivo el
respeto, la decencia, la honradez, la disciplina, la dignidad… y negativo
aquellas conductas reprochables, anti ciudadanas y atentatorias de la moral y
las buenas costumbres.
La malcriadez de un niño, adolescente o joven lleva
implícito la inacción de padres y maestros en la formación de ese ser, y para
nadie es secreto que las consecuencias nocivas de no actuar en la corrección de
hombres y mujeres la pagan el hogar, la escuela
y la sociedad.
Hay una frase que dice: “Todos hablamos de dejarles un buen
planeta a nuestros hijos, pero pocos se preocupan de dejarles mejores hijos al
planeta”, y hay mucha razón en ella,
porque si continuamos con la dejadez en la educación de los menores, vamos
directo a la involución de la especie humana.
El siglo XXI se
caracteriza por el desarrollo de las nuevas tecnologías, pero, también, por una
generación que vive en el milenio cada
vez más incivilizada por su comportamiento errado. Cuba no es excepción y mucho
que lamentamos tener niños y jóvenes carentes de valores y la influencia externa
tan nociva.
La gran diferencia de vivir en este mundo globalizado la marca tener un gobierno atento a ese futuro, porque de él
depende una sociedad mejor.
Hay constantes
llamados para que los padres se hagan responsables de sus descendientes en el orden educativo y
los centros escolares asuman su papel rector, sin embargo, existen grandes
lagunas en ambas partes.
Muchas casas se convierten en entes antagónicos de los
colegios a la hora de conducir a sus frutos y abundan los planteles que
desaprovechan las capacidades dedicadas a educar a los alumnos.
Matutinos, vespertinos y asignaturas como Cultura Política e
Historia de mi Patria se convierten en espacios rutinarios, desmotivantes,
llenos de formalismo y subutilizados; el diálogo es inexistente y la falta de eticidad en algunos profesores no ayuda a la misión formativa.
Si encima a que las
aulas no corrigen a los escolares y les
hacen ver la importancia de obrar con
buenos modales, sus progenitores aplican el método de la espontaneidad cuando
llegan a la casa, entonces, el chico o chica crece sin ningún tipo de patrón y
al libre albedrío.
Por eso, pululan las groserías, las indisciplinas, el
desacato, los vocabularios decadentes, el irrespeto y las conductas
irreverentes, sencillamente, porque aún no se alcanza lo que queremos con la
nueva generación.
La falta de exigencia, el exceso de paternalismo, mucha
condescendencia y el déficit de ejemplo provocan esas conductas desajustadas
dañinas a las relaciones interpersonales, a una cotidianeidad tranquila y al
desarrollo social aspirado.
Lo más perjudicial en todo esto es la inercia para
encararlo, tal vez, porque se piense en la imposibilidad de remediarlo y a la
subestimación de las capacidades con que contamos.
Creo que la principal potencialidad está en el apoyo
institucional del gobierno revolucionario cubano a la
misión de formar correctamente al relevo y al pedido a los padres para llevarlo
a cabo.
En nuestro país
existe un bien estructurado sistema con miles de escuelas, maestros, más millones de educandos y una
política diseñada para la obtención de ciudadanos de bien con el apoyo de la
comunidad, si no lo alcanzamos no es
cuestión de poder hacerlo, sino de voluntad mancomunada para lograrlo, porque
los seres humanos si pueden llegar a ser virtuosos.
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