Columnas

Saturday, November 01, 2014

Con el apoyo de todos



                                                          
Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
Tanto en el hogar como en la escuela debe enseñarse un simple axioma, base de toda virtud, que es lo bueno o lo malo en la vida.
Seguro, al menos teóricamente, mencionamos como positivo el respeto, la decencia, la honradez, la disciplina, la dignidad… y negativo aquellas conductas reprochables, anti ciudadanas y atentatorias de la moral y las buenas costumbres.
La malcriadez de un niño, adolescente o joven lleva implícito la inacción de padres y maestros en la formación de ese ser, y para nadie es secreto que las consecuencias nocivas de no actuar en la corrección de hombres y mujeres la pagan el hogar, la escuela  y la sociedad.
Hay una frase que dice: “Todos hablamos de dejarles un buen planeta a nuestros hijos, pero pocos se preocupan de dejarles mejores hijos al planeta”, y hay mucha razón  en ella, porque si continuamos con la dejadez en la educación de los menores, vamos directo a la involución de la especie  humana.
El   siglo XXI se caracteriza por el desarrollo de las nuevas tecnologías, pero, también, por una generación que vive  en el milenio cada vez más incivilizada por su comportamiento errado. Cuba no es excepción y mucho que lamentamos tener niños y jóvenes carentes de valores y la influencia externa tan nociva.
La gran diferencia de vivir en  este mundo globalizado la marca tener  un gobierno atento a ese futuro, porque de él depende una sociedad mejor.
Hay  constantes llamados para que los padres se hagan responsables  de sus descendientes en el orden educativo y los centros escolares asuman su papel rector, sin embargo, existen grandes lagunas en ambas  partes.
Muchas casas se convierten en entes antagónicos de los colegios a la hora de conducir a sus frutos y abundan los planteles que desaprovechan las capacidades dedicadas a educar a los alumnos.
Matutinos, vespertinos y asignaturas como Cultura Política e Historia de mi Patria se convierten en espacios rutinarios, desmotivantes, llenos de formalismo y subutilizados; el diálogo es inexistente y la falta  de eticidad en  algunos profesores no ayuda a la misión  formativa.
  Si encima a que las aulas no corrigen  a los escolares y les hacen ver la importancia  de obrar con buenos modales, sus progenitores aplican el método de la espontaneidad cuando llegan a la casa, entonces, el chico o chica crece sin ningún tipo de patrón y al libre albedrío.
Por eso, pululan las groserías, las indisciplinas, el desacato, los vocabularios decadentes, el irrespeto y las conductas irreverentes, sencillamente, porque aún no se alcanza lo que queremos con la nueva generación.
La falta de exigencia, el exceso de paternalismo, mucha condescendencia y el déficit de ejemplo provocan esas conductas desajustadas dañinas a las relaciones interpersonales, a una cotidianeidad tranquila y al desarrollo social aspirado.
Lo más perjudicial en todo esto es la inercia para encararlo, tal vez, porque se piense en la imposibilidad de remediarlo y a la subestimación de las capacidades con que contamos.
Creo que la principal potencialidad está en el apoyo institucional del gobierno revolucionario cubano  a  la misión de formar correctamente al relevo y al pedido a los padres para llevarlo a cabo.
 En nuestro país existe un bien estructurado sistema con miles de escuelas,  maestros, más millones de educandos y una política diseñada para la obtención de ciudadanos de bien con el apoyo de la comunidad,  si no lo alcanzamos no es cuestión de poder hacerlo, sino de voluntad mancomunada para lograrlo, porque los seres humanos si pueden llegar a ser virtuosos.

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