Hilda Pupo Salazar
Las medidas establecidas por W. Bush contra la Revolución asesinan nuevamente a Carlos Muñiz Varela,
emigrado cubano defensor del diálogo y
el establecimiento de las relaciones normales entre los dos países, que fuera
ultimado a balazos en 1979 por terroristas de la mafia cubano-americana.
Una política tan hostil, que niega cualquier acercamiento a la Isla bajo
el principio de respeto a su soberanía
como la preconizada por el emperador del Norte, constituye un mensaje inaceptable
para una mayoría de cubanos residentes en Estados Unidos a favor de la unificación
familiar.
En la Tercera Conferencia Nación y Emigración, concluida recientemente
en Ciudad de la Habana, Carlos Muñiz fue un nombre repetido, porque las ideas
de quien fuera fundador de la brigada Antonio Maceo, alimenta el sentir de los hijos de esta tierra deseosos de mantener
los vínculos con la Patria, lejos de los intereses políticos yanquis.
A esa negativa de mencionar cualquier entendimiento con la Isla, se
suma la postura inflexible de no
perdonar a quienes piensan diferente, por
eso lo que fuera un tema normal en las relaciones entre la nación y su
emigración se ha convertido en el problema Cuba, cargado de odio, rencores,
frustraciones y terrorismo durante 45 años.
Muñiz
Varela fue uno más de la larga lista de más de 3 mil víctimas de esa obcecada
tendencia de resolver los asuntos relacionados con este país sujeto a gatillos
y bombas, razón más que suficiente para avalar la legitimidad del acto de
defendernos.
Fernando González Llort, uno de los cinco prisioneros políticos del
Imperio, tenía como misión infiltrarse en la organización de Orlando Bosch,
considerado el mayor criminal de la historia de Estados Unidos en el siglo XX.
A riesgo de sus vidas, esos heroicos jóvenes, adentro de los grupos terroristas,
alertaban a Cuba de los planes de
sabotaje organizados y financiados desde Miami.
Pero,
hoy, en cinco alejados sitios de la
geografía estadounidense, están castigados por el “líder” mundial del
antiterrorismo, después de haber vivido el más asqueante show de la justicia
norteña.
Sucede
la segunda etapa de este retorcido
proceso jurídico. La mirada está puesta en los resultados de la apelación ante
el Onceno Circuito de Atlanta, donde se expusieron 24 motivos o causales de
casación, ilustrativos de la infamia cometida en Miami.
Los especialistas opinan que la conclusión de los jueces depende, ahora, de la política, la ley, el presupuesto y cómo ellos quisieran entrar a
la historia: si guardianes de la justicia o plegados a sórdidos intereses
mafiosos.
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