Rodobaldo Martínez
Pérez
rodo@enet.cu
Siempre imagino aquel lunes
19 de noviembre de 1962, como un
día de demasiada excitación, de ese desorden propio de
las normas habituales de la profesión que paría tantas letras de molde juntas,
sin calmas para esperar, ni la más
mínima justificación por salir, desde el plomo, envueltas en tintas con un
nuevo nombre: ¡ahora!.
Los holguineros de entonces conocieron del concurso para el
nombre de un periódico por el diario Surco, llegado desde Santiago de Cuba en
julio de 1960, con residencia en Frexes y Rastro. Más de 90 personas hicieron
propuestas.
El jurado escogió a un retador adverbio de tiempo, que
propuso el doctor Zúñiga: ¡ahora! Ese lunes
era el cabezal del naciente diario, que este otro lunes 19 de noviembre
de 2012 festeja sus 50 años, sin defraudar jamás a quienes lo bautizaron,
porque nunca ha dejado nada para después.
Conocí a ¡ahora! por dentro cuando cumplió 11 años. Penetré en su colectivo, como
corrector de prueba. La jornada de lunes a sábado iniciaba a las 6 y 45 de la
tardes hasta ver rodar su primer ejemplar por la rotativa, a punto de romper el
nuevo día. Pero era una fiesta para todos.
Cómo podría desnudar la cotidianidad de la vida tan agitada
de una redacción, de las locuras constantes para honrar la palabra y cumplir
con ese legado martiano de que: El periódico es una espada y su empuñadura la
razón. Así crecí en ¡ahora! a la sombra de buenos colegas, de la mano de
magníficos consejos y regaños oportunos.
Aprendí, desde el primer momento, que hacer periódico es un
oficio difícil, cuando la prisa casi apunta a errar, sin esperar por nadie y
asustan tantas letras sin marcha atrás, cuando comienzan a rodar por la silenciosa rotativa
e inmediatamente traerán alegrías o llantos por el más mínimo gazapo, propio
del mejor escribano.
No hay cetro mejor que un buen
periódico, dijo Martí, y por mi experiencia en ¡ahora! puedo decir
que no hay cetro que se ame más que a un periódico, con sus goces y sus amarguras.
Para nosotros ¿qué es el ¡ahora!?:
La locura de la mayor locura; la pesadilla de todos los días que me convoca
todo el tiempo; una exigencia de superación cotidiana; mi obsesión diaria; mi
escuela, mi casa, todo más excitante que
el fósforo y más cautivante que el AMOR.
Una forma de enseñanza diaria. Muchas
preocupación por trabajar bien y bastante. Descontento cuando no me publican o
algo sale equivocado. La imagen de Holguín. La casa donde a veces me quedo para
aprender un poco de todo. Sitio donde se recoge lo más inmediato por saber. El
corcel de batalla que me conduce en cada combate. Motivaciones y siempre
perspectivas.
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