Columnas

Tuesday, September 04, 2012

A 4 años de aquella embestida


Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
Una plantita de apenas dos  metros trata de ganar altura en el mismo sitio, donde quedan huellas dejadas por una frondosa mata    arrancada de raíz. “Esa es la cicatriz que nos dejó Ike, es como un monumento de la vida victoriosa sobre la muerte” dice sonriendo la vecina de enfrente.
Y no deja de tener razón, porque a 4 años justos de haber pasado por esta provincia uno de los huracanes más furiosos que recuerdan los holguineros, los espigados  retoños en el lugar de las viejas ramas, los nuevos troncos nacidos donde estaban los derribados, las flores y el verdor extendido,  hablan de una naturaleza sustituta   crecida entre los destrozos dejados hace un cuatrienio.
¿Quién  no recuerda cómo quedó Holguín en  el amanecer del 8 de septiembre del 2008? Era una provincia moribunda. Cientos de casas destruidas (124 mil 838), arrasadas las cosechas, sin electricidad, ni agua en la red, ni teléfonos, caídas las torres de las señales de radio y televisión, cientos de árboles arrancados, obstruidos los viales, afectaciones a instalaciones de la Salud Pública, Comercio, Gastronomía y Educación, por lo que se suspendió de inmediato el curso escolar acabado de inaugurar. Gibara, Banes y Antilla resultaron los municipios más dañados.
No había quedado Sector incólume a esta furiosa embestida cuando protegieron,  en sitios seguros,   a 250 mil habitantes.
El pueblo, con sus principales dirigentes al frente, tenían el mayúsculo reto de “hacer resurgir el ave Fénix de sus cenizas”, porque estábamos convencidos que del optimismo puesto en las acciones dependía la recuperación.
Cuéntese que a parte de las cifras millonarias destinadas al resarcimiento, en función de la evacuación se habían movilizado 7 mil 847 personas y 964 medios de transporte.
En septiembre del 2008 Holguín modificó todos sus planes, porque el Gobierno central tuvo que desembolsar partidas no previstas con el ánimo de ayudar a la población perjudicada.
Siempre se dijo que lo más complejo de restaurar era la agricultura, por sus graves daños,  y las viviendas por las altas cifras accidentadas.  En el primer caso la situación es distinta con todos los planes destinados a la alimentación que ya dan sus frutos y  en vivienda, pese a los esfuerzos,  se está aún en un 90, 7 por ciento.
Holguín,  poco a poco, empinó  con la ayuda de sus hijos, el desvelo del Consejo de Defensa provincial y la constante preocupación de la máxima dirección del país.
 En la agricultura fueron un total de 2 mil 543 instalaciones averiadas  que demandaron abnegación e inteligencia para resolverse, al igual que en la avícola, porcino,  ganado menor, las máquinas de riego y los molinos de viento, -214 deteriorados-. La alimentación del pueblo se asumió como  primera prioridad.
 A menos de una semana reinició el curso escolar, aún con cientos de  escuelas accidentadas, y muchas aulas en casas de solidarias familias.
Comunicaciones restableció sus redes a los pocos días, por el titánico esfuerzo de sus colectivos al igual que los de la Empresa Eléctrica, en jornadas maratónicas, reponía el servicio, y daban alegría a cientos de moradores.
 El abasto de agua volvió, botaron más de un millón de metros cúbicos de basura, con protagonismo de  las fuerzas de la FAR y el MININT, las fábricas comenzaron a andar, los comercios abrieron sus puertas y, como plan emergente, orientaron la siembra de ciclos cortos en las áreas agrícolas.
Pese a la voluntad de  las principales autoridades de la provincia y las orientaciones de los dirigentes del país, así como contar con uno de los sistemas de Defensa Civil mejores de la región,   no pudo evitarse el abrazo estrangulador de aquella  madrugada del ocho, como tampoco los destrozos.
Ike fue una fuerza bruta que  puso a prueba  el tesón, y hoy, a cuatro años, sigue siendo el hecho que tensó al máximo la capacidad de levantarnos, la fortaleza de los hombres unidos ante los fatídicos hechos de la naturaleza.
 El poder humano en la provincia, dirigido al bien de la sociedad y sus hijos, borra, cada vez más, las huellas de aquella fiera.

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