Columnas

Saturday, March 01, 2014

Irrespeto salvaje en Venezuela



 
 
Hilda Pupo Salazar
Nací con la Revolución y desde chica me enseñaron a respetar. Traté a mis padres con la mayor consideración, a los mayores, a mis maestros, a mis compañeros y entre esas cosas que merecían el mayor acatamiento estaban los símbolos patrios y los héroes.
Por eso generó en mí tanta indignación ver como quemaron mi bandera y la plaza José Martí, como parte de las recientes revueltas, provocadas en Venezuela por una histérica derecha empecinada en derrocar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro.
Lo que ha visto el mundo no han sido protestas contra el gobierno chavista, sino un grupo de dementes irracionales destruyendo a su propio país. Hasta a los árboles se atacaron en ese desenfrenado sentimiento de odio y venganza.
Incendiaron vehículos, regaron aceite en las vías, para producir accidentes, pusieron alambres de púas en las calles generadores de muerte, golpearon, ensuciaron, gritaron consignas incitando a la violencia y mensajes mandando a matar personas, hombres se bajaron los pantalones e impúdicamente enseñaron sus glúteos, sin más lectura que grupos de enfermos mentales en franca provocación a un mínimo de decencia.
¿A eso llaman oposición? Vergüenza debía de darle tantas salvajadas. A estas alturas los contrarios al oficialismo venezolano deben sentir pena por tener en sus filas a gentes tan amorales, sin escrúpulos, asesinas, desequilibradas, insensatas y de tan baja calaña cómo demostraron.
Si pensaron apoderarse del poder recurriendo a esos métodos, el pueblo revolucionario del país sureño debería percatarse, hoy más que nunca, del significado de defender la obra que les dejó Chaves, porque entregar a su nación a esos vándalos maniáticos es ahogarla en un baño de sangre.
Hubo tantas cosas ilógicas que me hizo recordar, cuando en Estados Unidos dejaron regresar a Cuba a Elián González, el niño que tenían secuestrado, y su papá, la esposa y un hermanito pequeño lo fueron a buscar, una señora allá en Miami miraba al cielo y pedía: “Te pido Dios que tumbes a ese avión y los desaparezcas”. Locos hay dondequiera.

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