#CubaEsCultura |
Por Hilda
Pupo Salazar y Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
En
el 1892, un año decisivo en los preparativos de la Guerra Necesaria, Martí
publica en Patria las estrofas de nuestro Himno Nacional.
Período crucial en la Batalla de Ideas, convocada por el Maestro, para insistir en que la lucha armada era el único camino viable para obtener la libertad, combatir las tendencias ajenas al independentismo y levantar los ánimos, todavía dispersos, después de lo del Zanjón.
Martí acude a todo lo que pudiera alimentar el patriotismo y exaltar el
fervor de los cubanos. Nada más oportuno que un tema tan crucial en la historia
de Cuba como el 20 de octubre de l868, la primera vez que se cantó La Bayamesa.
De esa fecha diría: “Para que lo entonen todos los labios y lo guarden
todos los hogares, para que corran de pena y
amor las lágrimas de los que oyeron en el combate sublime por primera
vez, para que espoleen la sangre en las venas juveniles, el himno cuyos acordes,
en la hora más bella y solemne de nuestra Patria, se alzó el decoro dormido en
el pecho de los hombres”.
Ese breve párrafo encierra el
significado de aquel glorioso hecho, calificado por historiadores como el día que
cultura y nación se convirtieron en un
concepto inseparable, donde poesía, arte y rebeldía confluyen en el fragor del
combate.
Quienes
de nuevo van a la manigua no podían olvidar los pormenores de aquel comienzo. La Bayamesa,
devenida, después, en Himno Nacional
cubano, encarna siempre un canto de guerra, para enfrentar cada acción por la soberanía
desde que Perucho Figueredo, su autor, lo escribiera cuando la toma de Bayamo a
diez días de iniciada la Guerra de los 10 años.
Su
nacimiento ilustra la grandeza. Cuando
se crea el primer núcleo organizador de la contienda el 13 y el 14 de agosto de
l867, Maceo Osorio, uno de los integrantes, le dice a Perucho: “Estamos en Comité de
Guerra, te toca a ti, que eres músico, componer nuestra Marsella”. Se refería
al símbolo de rebeldía de los oprimidos en Francia.
Perucho compone la melodía evocando esa marcha
y, 14 meses después, en la primera
victoria mambisa el pueblo le pide la letra. Sentado sobre la montura de su
caballo la escribe y allí se canta por primera vez.
Las estrofas
reflejan amor a la tierra, decisión
combativa, y como arte y combate confluyen,
indisolublemente, en aquel memorable momento, la historia registra toda su dimensión, cuando el 22 de agosto de
1980 instituyen al 20 de octubre como
Día de la Cultura Nacional.
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