#Holguínahora |
Por Hilda Pupo Salazar y
Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
Cuando el Chè marchó a otras
tierras renunció a una vida alejada del peligro, a la posición conquistada en
el nuevo gobierno revolucionario y a la tranquilidad hogareña, en medio de una familia conformada por esposa y
cinco hijos pequeños.
Ya había sacrificado el
sosiego de una existencia prometedora en su
país, con la carrera de médico junto a padres y hermanos.
Así encontró la muerte el 9
de octubre de 1967, sin llegar a los 40
años de edad, lejos de los seres queridos y en medio de los rigores de un
movimiento guerrillero por la causa independentista.
En otro
siglo, Martì había hecho lo mismo.
Primero dejó atrás el amparo del seno del hogar para dedicarse por
entero a la libertad de Cuba, siendo
apenas un adolescente.
Cárcel, destierro, penurias,
incomprensión y soledad constituyeron siempre sus eternos acompañantes. Con su talento extraordinario pudo gozar junto a su esposa e hijo de una
vida holgada, fruto de una exitosa carrera intelectual, pero no lo hizo.
En 1881 confiesa: “Nada por
mi placer-todo por mi deber: todo lo que mi deber permita, en beneficio de los
míos.”
Murió a los 42 años, joven, en la manigua cubana, después
de dedicar casi todos sus años al sacrificio de conquistar un país libre.
Más de una vez el Maestro ponderó
el altruismo de los héroes de la
Patria, pero fue en 1890 y 1891 en las conmemoraciones por el
10 de Octubre de 1868, cuando escribió como
se entregaron sin reservas los
iniciadores de nuestra primera gesta libertaria, la ocasión en que más magistralmente
habló del asunto.
“Aquellos padres de casa, servidos
desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre,
y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que
en la casa tenían su recién nacido y a su mujer y, en una hora de
transfiguración sublime, entraron selva adentro con la estrella en la frente;
aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la
toga tentadora al caballo de pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar
de sus bodas o del festín de la fortuna
salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, si agua y sin almohada, por nuestro decoro de
hombre… El que puso un pie en la guerra; el que armó a un cubano de su bolsa;
el que quiso la redención de buena fe, y le sacrificó su porvenir y su
fortuna…¡ A todos los valientes, salud, y salud cien veces…”
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